ÍNDICE DEL LIBRO DE POESÍAS








¡Hola amigos! Como no puedo subir el contenido íntegro de mi primer libro, titulado 'Entretenimientos, leyendas y dichos', paso a transcribirles algunos de ellos para que los puedan leer.
 

LA SERRANA DE LA VERA

Es de rigor señalar - el que esta historia o leyenda
ha sido romanceada - por numerosos poetas
que, seguro, todos ellos - mucho mejor romancean
que yo, y por eso animo - a que esos romances lean.
No me pude resistir - en cuanto que conocerla
a dedicarle mis rimas - de aficionado a las letras.
Unos ponen en el brazo - serrano de la extremeña
una falcata de íbero, - otros, espada de celta,
algo más romántico otros - la retratan con ballesta,
y hay, que veo que se pasan, - que le cuelgan escopeta.
Sea de una u otra forma - a la imaginación queda;
lo cierto es que la serrana - se alza como estatua enhiesta
allá en Garganta la Olla - en la Vera de Plasencia.
Un mozo de codiciar - con raigambre de nobleza
le dijo que casaría - con ella por ser su dueña;
mas por llamada a rebato- que hace la naturaleza
consustancial a los hombres - le pidió con él yaciera.
La pobre chica, apretada - por tanta tanta insistencia
pues que ¡nada! que cedió - y ya no se mostró estrecha.
Y el que se la prometió - se fue distanciando de ella,
unos dicen poco a poco, - otros, de abrupta manera.
La pobre sufría mucho... - ¡¿Pero qué le habría hecho ella?!
Las 'por no hacer' las olvidan, - a otras 'por hacer' las dejan...
Con tantas cavilaciones, - normal es que enloqueciera,
y trastornada y poseída - de sed de venganza ciega
se la juró a todo hombre - y se adentró en la sierra
y allí fijó su morada - en una cueva u osera.
Su existencia salvajuna - no la desprendía a ella
de mostrarse encantadora - con sus cantos de sirena,
no digamos su figura: - nada mejor se esculpiera.
Era la moza, por tanto, - lo más, lo más en belleza.
Parecido a la serrana - que el Arcipreste escribiera,
se apostaba en los caminos - mas no en actitud guerrera
puesto que los camelaba - con intención muy aviesa:
con caminantes conviene - a deseos soltar rienda
y los encamina a todos - a su posada postrera.
Como en Arcipreste de Hita - 'El buen amor' nos dijera,
le dice al irreflexivo: - "...almuerça e beve e esfuerça".
Y así, tras emborracharle - después de tórrida entrega
de un golpe certero de hacha - le cercena la cabeza.
Coleccionaba los cráneos- en el fondo de la cueva
y en leve gesto piadoso- enterraba el cuerpo fuera.
Esta tierra removida - que túmulo pareciera
y la bóveda de cráneo - en la que vino le diera
es lo que llevara al último - invitado de la fiera
a sospechar lo peor - y salir raudo por piernas.
Consiguió salir con vida - bajo un diluvio de flechas
que le lanzaba la diabla - y de ella fue a dar cuenta.
Cuando por lo relatado - por el hombre que aún tiembla
se personan los justicias - con intención de prenderla
en la cueva ya no hay nadie; - bueno, sí... mas no colean:
no están de cuerpo presente - pero sí de calavera.
Al ver los cráneos, los ojos - de los que aquello contemplan
se desorbitan de horror - y a La Virgen se encomiendan.
De ella nunca más se supo - en esa turbada tierra
que tiene ya desde entonces - cincelada la leyenda.


LA SANTA COMPAÑA

En la noche oscura y fría, - noche helada, tenebrosa,
noche lóbrega, brumosa, - noche atroz, de brujería,
noche de espanto y terror, - noche siniestra, mortuoria,
noche espectral, expiatoria, - noche tétrica, de horror,
noche de almas penitentes, - noche de horrendas criaturas,
noche de las sepulturas, - noche de muertos vivientes,
en la tapia se congrega - toda la gente allí muerta
y, atravesando la puerta, - aguarda junto a ella y llega
el elegido mortal - de entre el censo vecinal
de cada aldea gallega.
Y es justo a las doce en punto - que parten en procesión
con paso de expiación que marca cada difunto.
La macabra comitiva - viste de túnica negra
y encapuchada se integra - en la bruma intempestiva.
Van envueltos en sudario - y descalzos procesionan,
dos hileras posicionan - y abandonan el osario.
Las almas del purgatorio - avanzan por la espesura
alternando la llanura - el desfile mortuorio.
El vivo va dirigiendo - con una cruz y un caldero
de agua que bendijo el clero. - Los muertos le van siguiendo.
Su cabeza mira al frente, - no puede mirar atrás,
y así avanzará, sin más, - fingiéndose como ausente.
Según sea santa o santo - el patrón de cada aldea
es una o uno el que se brea - encabezando el espanto.
Caminar de purgatorio - cuya silueta difusa
a los ojos es obtusa. - Pareciera algo ilusorio.
Pero en el aire se intuye -  la presencia espiritual
con hálito fantasmal - que al pasar rozando afluye.
La gente corre a ocultarse, - cierran ventanas y puertas
atrancan, que ánimas muertas - los hacen horrorizarse.
Y hasta de la cerradura - se tapona el orificio
para no dejar resquicio - a la espectral criatura
por donde pueda entrar - para darle al morador
caza y, envuelto en terror, - llevarlo a procesionar.
Y se aferran a la cruz, - y así, reza que te reza,
piden pase con presteza - y a velocidad de luz,
pero que pase de largo - esta, La Santa Compaña,
vuelva a sepulcral entraña - y se suma en el letargo.
El aterrado crucista - quiere verse liberado
del desfile atormentado - y aguza mucho la vista
y otea a algún lugareño - al que dándole el caldero
y la cruz de delantero - le libere del mal sueño.
La comitiva macabra - olor a cera despide
y expiar sus culpas pide - en modo de abracadabra:
-Sea mi culpa expiada - y alcance la paz eterna
y existencia dulce y tierna - que no sea jamás turbada.
Es lo único perceptible: - olor a cera en mortales
salvo algunos, en los cuales - se hace visible y audible.
Son muy pocos los dotados - con el don de percibirla,
nítida verla y oírla: - los que fueron bautizados
por error con óleo santo. Esa es la causa, por tanto
de hallarse capacitados.
Y cuando despunta el día - tras el regreso a la fosa
de la hueste tenebrosa - nada recuerda ya el guía:
ni la cruz ni el caldero, - ni la marcha atormentada
de la cohorte penada - en la cual iba el primero.
Poco a poco va enfermando - y su rostro macilento
barrunta empeoramiento - y hay quien acaba expirando.


LA CAMPANA DE HUESCA

La vida contemplativa - que pasara en el convento
le sirvió por un momento - en la política activa.
Contemplando estupefacto - la acción de su antiguo abad
comprendió con claridad: -  lo cogió al vuelo, en el acto.
Ramiro segundo El fraile - (así se llamaba el rey)
tenía a parte de su grey - que no le seguía el baile.
Vamos, que no le querían - muy muy bien precisamente
y con desplante frecuente - aquellos se le oponían.
Gran parte de la nobleza - y hasta el obispo Ordás
(este quizá el que más) - le mostraba su aspereza.
Cuando fue a pedir consejo - a aquel que fuera su abad
este dijo: Majestad, - este ejemplo aquí os dejo.
Salió al jardín con presteza - y cortó los tallos largos.
Comprendió que eran los cargos - más altos de la nobleza.
El rey le dijo: Ya entiendo - lo que me queréis decir.
No os molesto más, me he de ir - a irlo en práctica poniendo.
Y les cortó la cabeza - a todos los cabecillas
que le guardaban rencillas. - Tal era su realeza.
Y con forma de campana - ordenó ordenaran cráneos
para que de aquí y foráneos - con claridad meridiana
todito el mundo supiese - que era un impetuoso rey
y aplicaría esta ley - a todo el que a él se opusiese.
Y rematando la escena, - puso en el centro, además, 
de badajo la de Ordás. - Les inyectó el miedo en vena.
¡Caray con el 'monjecito'! - Este luctuoso monarca
anuncia alegre la parca - con el cruel numerito.
Por eso es de más valor - no la palabra no: el hecho,
y tuvo al reino derecho - pero sumido en terror.
Mas en decapitaciones - no sólo un rey dictamina,
que aplicaron guillotina - republicanas naciones.
El récord lo batió Francia, - y en la etapa de El terror,
del invento cortador - hubo superabundancia.
Yo creo no es ejemplar - el modo de proceder
de alguien que ejerce el poder. - ¡Qué horror si vuelve a pasar!






 

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